Enero17

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jueves, 16 de enero de 2014

DIEZ SUGERENCIAS PRÁCTICAS PARA LOGRAR PERDONAR






Sugerencia práctica N° 1
Cuando alguien los dañe, inmediatamente ofrezcan una oración a Dios: “Oh, Dios, ayúdame a olvidar este daño, para que no entre en mi corazón y se transforme en una herida constante”.

Sugerencia práctica N° 2
Si alguien los daña hasta el punto de que no son capaces de olvidarlo (su memoria piensa constantemente en el hecho y, por ende, perturba su paz mental) sáquense esa pena hablando con algún amigo espiritual o escríbanle una carta a la persona que les ha producido ese daño.
Descárguense en una carta. Pongan en ella todo el rencor que está dentro de ustedes. Escriban todas las malas palabras que puedan. Luego de haber hecho eso, rompan en pedazos la carta y, mientras hacen eso, eleven una plegaria para que las bendiciones de Dios fluyan en la vida de la persona que ha actuado mal.
Una vez una persona fue hacia Abraham Lincoln quejándose de que alguien había actuado de una manera muy cruel hacia ella y que no podía olvidar el daño.
Lincoln dijo:
-¿Por qué no le escribe una carta diciéndole todo lo que en su mente siente contra él? Escríbala lo más fuerte posible.
Luego el hombre fue y escribió una carta muy hiriente, volvió hacia Lincoln y le dijo:
-Escribí la carta tal cual usted me lo aconsejó. ¿Puedo enviársela ahora?
-Por supuesto que no –dijo Lincoln- Ahora rómpala en pedazos y tírelos al fuego. Y olvide todo al respecto.
Olvidar es más fácil cuando uno ha descargado su mente.
Sugerencia práctica N° 3
¡Perdonen a otros, pero también perdónense a sí mismos!
La mayoría de nosotros lleva en sus corazones toneladas de culpas que nos quitan la paz mental. Ningún hombre es perfecto. Cada uno de nosotros ha hecho cosas malas en el pasado (cercano o remoto). Debemos arrepentirnos y, si es posible, quedarnos satisfechos. Debemos rezar para obtener fuerza y sabiduría y no repetir las cosas malas, y luego debemos olvidarnos de todo eso.
Un esposo una vez me dijo que él y su mujer habían vivido muy felizmente durante quince años. De repente algo (él no sabía qué) ocurrió y la esposa comenzó a estar distante, triste y depresiva.
A veces la encontraba sentada en silencio en un rincón, llorando sin cesar. Esto había arruinado la atmósfera del hogar. Él le hablaba, pero ella no le daba respuesta alguna.
Un día me reuní en forma privada con la mujer y me di cuenta de que ella llevaba en su mente un sentimiento de culpa.
Yo le dije que Dios perdona a todos. Él perdona, pero nosotros debemos aceptar Su perdón y sentirnos perdonados. En otras palabras, debemos perdonarnos a nosotros mismos.
Ella es devota de Sri Krishna. Yo le dije:
- Cuando se sienta sola en su casa, vaya y siéntese a los Pies de Loto del Señor Krishna, y descríbale paso a paso todo lo que le ha ocurrido. Pero no se conforme con decir: “Señor, Tú eres el testigo eterno de todo y por lo tanto ya sabes lo que me ha ocurrido”. Cuéntele, con lujo de detalles, las cosas que sintió que no debería haber hecho, y luego pida que Él la perdone. Y finalmente, lo más importante, olvídese de todo el problema.
-¿Me perdonará Sri Krishna por todo lo que yo he hecho? –Preguntó la mujer.
-Krishna perdona todos los pecados –contesté yo-.
Mediante Su poder, los pecados se desvanecen y podemos ser libres.
Ésta es la promesa de Sri Krishna. ¿O acaso no lo dice Él mismo en el Bhagavad Gita: “Vengan hacia Mi buscando simplemente un refugio, y Yo los liberaré de todos los pecados y sufrimientos. No tengan duda de esto”?
Ella hizo lo que se le dijo y, luego de unos días, la pareja se reencontró y me alegré muchísimo de ver una sonrisa radiante en el rostro de la esposa. Ella luego me dijo: “¡El mal se ha ido! ¡Se ha ido!”.

Sugerencia práctica N°4
Nunca tengan resentimientos contra nadie.
Si yo tengo resentimientos contra alguien, puede que no le haga ningún daño a esa persona, sino que me dañe a mí mismo. Hay muchos que sufren de enfermedades físicas debido a los rencores mentales que mantienen hacia otras personas.
Una mujer sufría de severos dolores reumáticos en la articulación de la rodilla. Ningún medicamento la podía aliviar.
El dolor se incrementaba, hasta que un santo le preguntó:
-¿Guardas rencor hacia alguien?
Al principio ella titubeó. Luego dijo:
-Mi mente guarda un gran resentimiento hacia mi propia hermana, porque ella se ha comportado muy mal conmigo.
El asceta le dijo:
-Tus dolores desaparecerán sólo cuando la perdones y hagas las paces con ella.
Al principio le era muy difícil. Pero, con el correr de los días, se reunió con su hermana y le dio un abrazo diciéndole:
-¡Dejemos el pasado atrás! ¡Comencemos de nuevo!
Para su asombro, encontró que los dolores pronto desaparecieron.

Sugerencia práctica N° 5
Todas las noches, cuando se vayan a dormir, piensen en toda la gente que les ha hecho algún daño durante el día.
Llámenlos por su nombre y digan:
“¡Señor X, lo perdono! ¡Señora Y, la perdono!
¡Señorita Z, la perdono! ¡Dios, ayúdame!”.
Por las noches tendrán un sano descanso y mejorarán la calidad de sus sueños.
Un abogado se quejaba ante un sabio porque no podía dormir por las noches. Muchas veces, estando despierto, daba vueltas dentro de su cuarto.
El sabio le dijo:
-Esta noche, antes de que te vayas a dormir, perdona a todos aquellos que te han hecho algún daño. Nómbralos uno por uno y perdónalos.
El abogado siguió los consejos del sabio. Llamó por su nombre a cada persona y dijo:
-¡Señor A, lo perdono! ¡Señora B, la perdono! ¡Señorita C, la perdono! ¡Dios, ayúdame!
El abogado contó que ésa fue la primera noche en varios años en la que pudo conciliar el sueño y descansar profundamente.

Sugerencia práctica N° 6
Debemos hacer del perdón un hábito
No nos quedemos con perdonar una, dos o tres veces. Debemos vivir perdonando cada vez que nos hagan daño.
Dios siempre nos perdona, una y otra vez. Por más que siempre seamos desobedientes, Dios nunca se cansa de perdonarnos. Él nos tiene una infinita paciencia, hasta que, finalmente, hay un punto en que retornamos a Él.
Una vez encontré un hombre en Indonesia. Me habló de un asistente suyo que lo había reportado seis veces con las autoridades reguladoras de impuestos. Luego de cada vez, el empleado volvía y pedía perdón.
-Lo he reincorporado seis veces –dijo el hombre-.
¿Cuántas veces más se supone que debo perdonar a un hombre como éste?
Yo le contesté:
-Una pregunta similar le hicieron a Jesús: “¿Cuántas veces debo perdonar? ¿Debo perdonar siete veces?”. Y Jesús contestó: “Setenta veces siete”. Jesús quería decir que debemos perdonar tantas veces como se nos pida perdón.

Sugerencia práctica N° 7
Debemos movernos un paso hacia delante. Debemos perdonar incluso antes de que se nos pida perdón.
Fue Jesús quien dijo: “A quien te golpee en una mejilla, ofrécele también la otra”. Jesús también dijo que, si un hombre te somete a caminar un kilómetro con él, ve y camina otro kilómetro más.
Esta enseñanza posee un gran valor terapéutico. Quien siga estas enseñanzas encontrará que su paz interior nunca es perturbada. ¿No es la paz la sólida fundación de una buena salud?
Un cuáquero (persona que pertenece a una rama del cristianismo que está en contra de las peleas de todo tipo) tenía un vecino muy desagradable y petulante cuya vaca a menudo entraba a pastar en el jardín muy bien cultivado que era propiedad del primero.
Una mañana, el cuáquero llevó la vaca hacia la casa de su vecino y le dijo:
-Vecino, aquí le traigo su vaca una vez más. Si la vuelvo a encontrar en mi jardín…
Antes de que el cuáquero pudiese finalizar su sentencia, el vecino dijo furiosamente:
-Suponte que vaya de nuevo. ¿Qué vas a hacer?
-¿Por qué? –dijo el cuáquero suvamente-. La traeré nuevamente a su casa.
La vaca nunca más le dio problemas.

Sugerencia práctica N° 8
Cuando perdonamos también debemos olvidar.
Alguien dijo: “Puedo perdonar, pero no olvidar”. Ésa es otra forma de decir: “No te perdonaré”. El verdadero perdón es como un cheque cancelado, hay que arrugarlo y quemarlo para que nunca pueda ser presentado ante nadie.
Una noche se encontraron dos viejos amigos que hacía varios años que no se veían. Decidieron cenar juntos. Se sentaron y conversaron recordando las experiencias vividas. Finalmente uno de ellos se cuenta de que eran las de la mañana. Ambos decidieron volver a sus hogares.
Al día siguiente, se reunieron nuevamente y uno le dijo al otro:
-¿Tu esposa se disgustó porque hubieses regresado tan tarde anoche?
-Le expliqué y ella comprendió. No hubo ningún problema. ¿Cómo reaccionó la tuya?
-Cuando regresé a casa mi esposa se volvió histórica.
-Querrás decir “histérica” –dijo el amigo.
-No –contestó el otro-, quiero decir “histórica”. Sacó a relucir todo lo que ha ocurrido en los últimos treinta años de nuestra vida sentimental.
Ninguno de nosotros debe ser histórico. Cuando perdonamos, debemos olvidar. Una amiga de Clara Barton, fundadora de la Cruz Roja Americana, una vez le hizo recordar algo muy cruel que, años atrás, cierta persona le había hecho a Clara. Pero la señorita Barton parecía no recordarlo.
-¿No lo recuerdas? –preguntó la amiga.
-No –contestó-. Recuerdo todo, pero ese hecho no.
Un hombre yacía moribundo en su cama. Tenía un gran rencor hacia un amigo que lo había tratado mal injustamente. Antes de morir, quería decirle que lo perdonaba. Cuando el amigo llegó, el hombre lo abrazó y le dijo:
-Me estoy por morir, te perdono todo lo ocurrido.
El amigo se sintió aliviado y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Antes de irse el amigo, el moribundo le dijo:
-Te perdono sólo si me muero. Si me recupero retiro lo dicho.
Un toque de humor ayuda siempre a entender verdades del alma y a elevar el sistema inmunológico.

Sugerencia práctica N° 9
Cuando estés hablando de la persona a la que le tienes rencor, hazlo dulcemente.
De hecho debes hacer todo lo posible para ayudarla, para servirla. Ésa es la forma en que la gracia de Dios descenderá sobre ti.
George Washington y Peter Miller eran compañeros de escuela. Uno de ellos llegó a ser presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, y el otro, un predicador. Un hombre llamado Michael Wittman persiguió a Peter Miller y lo molestó de distintas formas.
De repente, Wittman fue involucrado en una traición y se lo sentenció a muerte.
Miller caminó setenta millas hacia Filadelfia para verlo a Washington, quien le preguntó:
-Bueno, Peter, ¿qué puedo hacer por ti?
-Por el bien de nuestra amistad, George, he venido a rogarte por la vida de Wittman.
-No, Petter, pídeme otra cosa –dijo Washington-. Este caso es demasiado negro. No puedo darte la vida de tu amigo.
-¡Mi “amigo”! –exclamó Miller- Él es el peor enemigo que cualquier hombre pueda llegar a tener.
Y, luego de eso, Miller describió todo lo que había sufrido por causa de Wittman durante más de veinte años.
Cuando Washington escuchó la historia de la persecución de Peter, dijo:
-Ah, Peter, entonces esto brinda otra perspectiva sobre el asunto. Estás defendiendo la vida de tu peor enemigo. Seguramente éste no es un trabajo del hombre, es algo divino.
Me puedo rehusar a un hombre, pero no a Dios. Perdonaré y liberaré a tu enemigo.

Sugerencia práctica N° 10
¡Olvídate de ti mismo y ama realmente a la persona que te ha hecho mal!
Una pareja, Edith y Carl Taylor, se amaban y sentían un amor que no era común. Aunque no eran ricos, Edith se sentía la mujer más afortunada del pueblo debido a todo el amor que su marido le entregaba. Ella y Carl habían estado casados durante veintitrés años, pero era como si recién se hubiesen comprometido. Cuando él tenía que viajar a otra ciudad por razones de trabajo, cada noche le escribía a su esposa una carta de amor. Además le enviaba pequeños regalos de cada lugar que visitaba.
En Febrero de 1950, el gobierno envió a Carl a Okinawa por algunos meses, para trabajar en un depósito (Carl trabajaba en el departamento de Depósito del Gobierno de los Estados Unidos). Esta vez no hubo cartas diarias ni regalos.
Cada vez que Edith le preguntaba a Carl por qué estaba tanto tiempo allí, él le escribía diciendo que se tenía que quedar por unos meses más. Había pasado un año y Carl todavía no regresaba. Sus cartas se volvieron menos frecuentes y más formales: el amor había desaparecido.
Luego de tres semanas de silencio, llegó una carta que decía: “Querida Edith, desearía encontrar una manera más apropiada de decírtelo. Acabo de solicitarte el divorcio. Quiero casarme con una mujer japonesa, a la cual amo. Su nombre es Aiko. Ella es una ama de llaves que me ha servido todo este tiempo”.
La primera reacción fue de shock, y luego vino la furia. ¿Debería ella pelear por el divorcio? En ese momento odiaba a su esposo y a esa mujer por haberle arruinado su vida. La herida condujo al odio, y el odio se consumía en el interior de Edith.
Pero la gracia de Dios descendió sobre ella. Muy pronto llegó al tercer estado: al de la cicatrización. Edith trató de no juzgar a su esposo, sino de comprender su situación.
Él era un hombre solo: su corazón estaba lleno de amor. Aiko era una chica sin dinero. En estas circunstancias es muy fácil que un hombre y una mujer se unan. Y Carl había elegido el divorcio antes que sacar ventajas de una joven sirvienta. Aiko tenía diecinueve años; Edith tenía cuarenta y ocho. Edith le escribió a Carl una carta, pidiéndole que no rompiera su comunicación con ella. Le pidió que le escribiese, de tanto en tanto, para contarle todas las noticias.
Un día, Carl le escribió contándole que Aiko estaba esperando un bebé. Y así, en el año 1951, nació una niña que fue llamada Marie. Luego, en 1953, nació otra niña, la llamaron Helen. Edith envió regalos para las pequeñas. Carl y Edith continuaron escribiéndose.
Edith no tenía ningún interés en la vida: sólo existía. Trabajaba en una fábrica y así se ganaba su vida. Esperaba que Carl algún día regresara con ella.
Un día, recibió una carta que decía que Carl se estaba muriendo de cáncer de pulmón. Las últimas cartas de él estaban llenas de temor, no por él sino por Aiko y las dos niñas. ¿Qué pasaría con ellas? Todos sus ahorros se habían esfumado en pagar las cuentas del hospital. Carl moriría sin un centavo.
A Edith le costó muchísimo tomar la decisión. Amaba a Carl. ¡Qué no podía hacer ella por el bien de ese amor! Le escribió una carta a Carl diciéndole que, si Aiko quería, adoptaría a Marie y a Helen como sus hijas. Edith se había dado cuenta de que sería difícil, a la edad de cincuenta y cuatro años, ser madre de dos pequeñas. Pero decidió hacerlo por amor a Carl.
Carl murió y Edith cuidó a Marie y a Helen. Fue una difícil tarea. Trabajó muy duro para poder alimentar a las dos nuevas integrantes de la familia. De repente se enfermó, pero no dejó de trabajar para no perder el salario del día. Súbitamente, un día, estando en la fábrica, se desmayó. Estuvo dos semanas en el hospital con neumonía. Allí, ella pensaba constantemente en Aiko. Pensaba en cuán sola se debería de sentir teniendo a sus dos hijas tan lejos. Además de haber fallecido su esposo, tener sus hijas en un país extranjero.
¿Cómo estaría Aiko?
Edith tomó el paso final en el camino del perdón. La madre debía venir y estar con sus hijas. Pero había un problema de inmigración. Aiko era una ciudadana japonesa. Y la cuota de inmigración tenía un alarga lista de espera durante muchos años más.
Edith escribió una carta a un editor, quien describió toda la situación en un periódico. Las peticiones habían comenzado. Un permiso especial aceleró los trámites en el congreso y en agosto de 1957 se le permitió a Aiko ingresar a los Estados Unidos de Norteamérica.
Mientras el avión arribaba al Aeropuerto Internacional de Nueva York, Aiko sintió un poco de miedo. Ella no sabía si Edith odiaba a la mujer que le había quitado a su esposo. Ella fue la última pasajera en salir del avión. Edith se dio cuenta del pánico que sufría Aiko. Le pidió fuerzas a Dios y llamó a Aiko por su nombre, y la muchacha fue corriendo hacia los brazos de Edith. En ese momento Edith oró: “Dios, ayúdame a amar a esta muchacha como si fuese una parte de Carl que vuelve a casa. Ahora él está presente en sus dos pequeñas hijas y en esta amable muchacha a la que amó. ¡Dios, ayúdame a sentirlo así!”.
Voy a cerrar este capítulo con una sencilla pregunta: mis queridos hermanos y hermanas, díganme, ¿podrían ustedes amar tanto como ha amado Edith?
Antes de su fallecimiento, Edtih repitió las palabras que solía decir cuando vivía junto a Carl: “¡Soy la persona más afortunad del pueblo!”.
Ésta es la magia del perdón.
*
Del libro “Elimine la ira antes de que la ira lo elimine a usted” J.P. Vaswani